Me encuentro frente al ordenador algo bloqueada e intentando ordenar y poner en palabras los sentimientos que el testimonio de hoy me genera...todas y cada una de las historias que he contado en este blog, de vuestras historias son sagradas para mí, una muestra de cariño y reconocimiento hacia vuestros pequeños ángeles y por eso siempre intento plasmarlas con el mayor respeto posible, pero la historia de hoy... tiene tantas similitudes con la mía que no he dejado de llorar mientras la leía... por eso, no quiero daros muchos detalles sino invitaros a leerla y decir que esta mamá es toda una mama en el cielo, valiente y luchadora; y como siempre si vosotras también queréis contar vuestra historia (de forma anónima o no) podéis escribirme a miarcoirisguerrero@gmail.com o por privado a mi instagram (@mi_arcoiris_guerrero).
A mis 25 años afrontaba el
embarazo con miedos y muchas dudas, al ser un embarazo gemelar era consciente
de que existía más riesgo que en un embarazo de un único bebe.
Tuve un embarazo muy complicado,
no sabía lo malo que podía ser un embarazo hasta que viví el mío. Había crecido
con la idea de que el embarazo era una de las etapas más bonitas en la vida de
una mujer, me lo habían repetido tanto que hasta me lo había creído. No
disfrute en absoluto, los primeros cuatro meses los vómitos y las nauseas
fueron protagonistas, me impedían realizar cualquier actividad de la vida
diaria. Podía vomitar hasta 20 veces al día y eso al final agota, además tuve
un hematoma por el que tuve que estar en reposo absoluto casi dos meses. Mi
embarazo no solo fue duro por las molestias físicas, sino porque me acompaño un
sentimiento de miedo a que algo malo pasara prácticamente hasta que finalmente
ocurrió. Cuando por fin las molestias físicas empezaron a desaparecer comencé a
tener ciática y literalmente deje de caminar, me resultaba imposible. Después
de dos semanas de un dolor que me impedía caminar y habiendo acudido varias
veces al médico, decidimos acudir a urgencias.
Era un 18 de mayo cuando entraba
en el hospital embarazada de mis dos niñas y no fue hasta la primera semana de
septiembre cuando salí de allí, solamente con una de mis hijas.
Ingrese en el hospital en la
semana 22 de embarazo, con acortamiento del cuello del útero y contracciones,
recuerdo la sensación de miedo y angustia. El médico nos dijo que el parto
parecía inminente y lo primero que pregunte es que ocurriría si mis hijas
venían al mundo en ese momento y la respuesta fue tan dura como difícil de
asumir. En la semana 22 no podrían hacer nada por ellas. Jamás había sentido
tanto miedo, recuerdo que llore, llore mucho.
Ni siquiera recuerdo la gran
cantidad de medicación que me pusieron, pero hizo su efecto y consiguieron
parar las contracciones. Mi ingreso hospitalario duro casi cuatro semanas,
llenas de miedos, de dudas, de mucha ansiedad y en reposo absoluto. En la
semana 25 de embarazo la bolsa de mi hija Lía se rompió y comenzó una lucha a
contrarreloj para parar nuevamente el parto. Hasta en cuatro ocasiones
consiguieron pararlo. Pero finalmente en la semana 26 de embarazo, un 9 de
junio mis hijas venían al mundo en un parto muy diferente al que había
imaginado, recuerdo mucha gente, muchísima. Un parto donde no pudo estar mi
marido y donde no pude ver, tocar ni estar con mis hijas. Llevaba ocho horas de
parto y recuerdo el terrible vacio que sentí cuando se las llevaron. Lía nació
con 640 gramos de peso y Lucía con apenas 680 gramos.
Mi hija Lía falleció a las tres
horas debido a un neumotórax que le reventó un pulmón, tardaron dos horas en
darme la noticia y las recuerdo como las más largas y amargas de mi vida. Me
había preparado para muchísimas cosas, pero creo que jamás contemple la
posibilidad real de que una de mis hijas se muriera. Tuve la oportunidad de
despedirme de ella, de poder abrazarla y sigo volviendo a ese momento cada día,
porque es el único que tengo con ella. Me he culpado muchas veces por no haber
podido protegerla, por no haber estado cuando se fue, por no haber pasado más
tiempo con ella, hasta que entendí que da igual el tiempo que pase con ella
porque para mí jamás será suficiente. Siempre querré más tiempo con ella del
que pude tener. Después de su muerte, entre en un huracán de angustia, rabia,
dolor y muchas preguntas. ¿Por qué a ella, porque a nosotros, se podía haber
evitado…? Son preguntas que me sigo haciendo. Es un dolor que ahoga, un vacio
que a mí a veces me asfixia. Tienes que enfrentarte a las preguntas de mucha
gente, a la falta de educación y de empatía muchas veces. Pudimos enterrarla y
despedirnos de ella y eso a pesar del dolor, fue un alivio para nosotros.
Creo que no pude vivir de una
manera sana el duelo por la muerte de mi hija Lía, ya que Lía se había muerto
pero tenía otra hija que me necesitaba y creo que no me permití no estar a la
altura. El ingreso de Lucía en la UCI comenzó el día de su nacimiento y termino
casi tres meses después, la primera vez que la vi recuerdo que solo llore y le
pedí que luchara. Se lo pedía cada día, mientras le hablaba a través de la
incubadora, la lucha y la batalla de Lucía ha sido muy larga. Hubo muchos
sustos, muchas posibles despedidas y vivir así es horroroso, es horroroso irse
cada noche a casa sabiendo que puede ser la última vez que ves a tu hija viva.
En mi, género un sentimiento de
angustia y ansiedad constante, dejas de dormir, de sonreír apenas comes. Me pase cada día largas horas al
lado de la incubadora, cada día durante casi tres largos meses. Donde cada
avance de tu hija lo celebras como si de un premio se tratara. La primera vez que
la pude coger fue casi tres semanas después de su nacimiento y fue un momento
maravilloso. La muerte de Lía sin duda generó en mí un pánico constante a que
Lucía también se marchara. Pero a pesar
de todo, la lucha de Lucía me enseño muchas cosas, a ser paciente, a saber
esperar y Lucía es sin duda el mejor regalo que la vida pudo darnos después de
la muerte de Lía. Es un camino durísimo, donde a veces faltan fuerzas y donde
el miedo me paralizo en muchas ocasiones. También es un camino donde hemos conocido
personas maravillosas, que nos han ayudado y nos han sostenido.
Recuerdo la vuelta a casa con
Lucía con una mezcla de tristeza y alegría, yo quería entrar con mis dos hijas
en casa, no con una. Cada vez que miro a Lucía, que contemplo sus primeras veces,
soy consciente de que eso jamás ocurrirá con Lía. Es una mezcla de sentimientos
difícil de gestionar a veces. Sigo sintiendo el mismo dolor y la misma rabia
por la muerte de Lía pero tengo otra hija que me necesita a la altura, que se
merece mis sonrisas cada día. Han sido meses muy difíciles, llenos de ansiedad,
angustia, miedo y mucha desesperación. Ahora miro atrás y soy consciente de
cuanto nos ha cambiado la vida, del largo camino que hemos recorrido y de lo
poco que se habla de ello. El duelo muchas veces es sinónimo de silencio. Nadie
me preparo para esto, en las charlas con las matronas y en el embarazo nadie
contempla estas posibilidades.
No digo que haya que crear miedo
ni alarma a las mamás, pero si dar a conocer que estas cosas ocurren. Porque
sino cuando suceden, te sientes perdido. Los hijos también se mueren, pero eso
a nadie le interesa contarlo.
Ahora diez meses después del
nacimiento de mis hijas, aun queda un largo camino que recorrer.
El ingreso en la UCIN de Lucía
dejo muchos miedos y muchas
inseguridades. Dejo paso a las temidas secuelas que sabes que pueden aparecer
en cualquier momento. Decidí dejar de trabajar para dedicarme a Lucía y es la
mejor decisión que he podido tomar. Es una niña que a pesar de todo está sana y
es feliz, nos regala cada día momentos maravillosos. De alguna manera me ha
hecho confiar aunque sea un poco otra vez en la vida. Apenas nació con 680
gramos y hoy es una niña maravillosa. La miro y todo ha merecido la pena, las
largas noches sin dormir, con pánico a que nos llamaran del hospital, el dolor
y la incertidumbre que nos acompaño largos meses ha quedado a atrás. Ella me
hace sentir que podremos con todo, que Lía la cuida desde el cielo y que aunque
no podamos disfrutarla de la manera que nos gustaría, también nos enseño muchas
cosas antes de irse. Soy madre de dos niñas y lo peleare hasta el día que ya no
este.
Lucía crecerá sabiendo que fue y
es una gran guerrera, que le gano la batalla a la muerte y se aferro a la vida,
que nos devolvió la luz y que es el mejor regalo. Crecerá sabiendo que tiene
una hermana que también lo intento y a la que siempre que quiera podemos ir a
ver. Que solo tiene que mirar al cielo para sentirla cerca.
Ser madre me ha cambiado la vida,
estoy aprendiendo a ser mamá de una hija de la que no puedo disfrutar, no todos
los días es fácil y muchas veces tengo que enfrentarme a situaciones que me
generan dolor, pero Lía es y será siempre un regalo. Y Lucía nos enseña cada
día lo que realmente es importante. He aprendido a valorar muchas cosas que
antes pasaban desapercibidas y a dar gracias cada día por estar aquí. Nos toco
esta batalla, me sigo preguntando a veces porque, luego miro a mi hija y en su sonrisa encuentro
la respuesta."
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